sábado, 21 de noviembre de 2009

Entrevista con el diablo

(Fragmento, Revista K. 8, p.58)
Luis Alberto Ayala Blanco*

Pidió expresamente que nos encontráramos en un discreto café incrustado en un barrio colonial de la ciudad, alejado de la muchedumbre, pero lo suficientemente próximo al hedor humano como para estar a tono. Es difícil imaginar cuál sería la escenografía idónea para entrevistar al Príncipe de este mundo. Lo primero que me vino a la mente fue un lugar apartado y oscuro, donde su presencia no causara estragos, pero en cuanto lo conocí, comprendí que los estragos van un paso adelante de su presencia, él solamente se limita a seguir un camino que está trazado de antemano. Lo primero que me sorprendió fue su aspecto: me encontraba frente a un hombre, no más…, no menos…,simplemente un hombre. Podría decirse que poseía todas las cualidades y ninguna a la vez; era todo y nada a un mismo tiempo. No fue difícil reconocerlo. En cuanto lo vi, me dirigí a la mesa en que estaba sentado y me presenté. Él simplemente sonrió. Me senté y comencé la entrevista:
L. ¿Qué tal su relación con dios?
D. ¿Cuál de todos?
L. Pues…
D. ¡Ja! ¡Ja! Es broma. Bien... Normal... No es fácil. Lidiar con féminas siempre es difícil, pero fascinante.
L. ¡¿Dios es mujer?!
D. ¡Claro! Sólo la mente perversa de un ser femenino pudo concebir la creación. Los hombres somos más güevones y tontos. Nos falta ímpetu. Dios en cambio necesita ocuparse en algo. En realidad yo soy una sombra de dios, su conserje, su administrador, un simple burócrata de la eternidad… Bueno, espero que no. Ojalá algún día acabe este infierno.
L. ¿Acaso usted quiere decir que el diablo…? No entiendo. Y la magnificencia del bien y del mal, ¿dónde queda?
D. En las mentes enfebrecidas de todos ustedes. El mal es producto del aburrimiento divino, pero no es lo que ustedes creen. El mal es dios en sí mismo. Incluso dios no es sino el producto del hastío de lo innombrable, lo irrepresentable, la nada, o como lo quieran llamar. Los dioses son avatares de ese vacío que inexplicablemente se harta de sí mismo y decide hacerse otro, y ese otro es dios, o muchos dioses a la vez…, da igual. Yo mismo soy uno de esos dioses destinados al hastío de existir. En pocas palabras, el diablo y dios son uno mismo. Siempre me ha divertido el candor de los humanos, perdidos en un perenne equívoco.
L. Entonces ¿cuál es la diferencia entre usted y dios?, ¿o debo decir, entre usted y ella?
D. No se me ocurre otra forma de contestarle que con uno de esos tontos conceptos que están de moda: es una simple cuestión de “género”. Trataré de explicarme. Dios es un ser regido por el deseo; yo, en cambio, soy el ejecutor del deseo. Dios no soporta el aburrimiento. Imaginemos una escena donde alguien estuviera en absoluta soledad, ensimismado en su mismidad, pero consciente de sí mismo. Es decir, ¿qué puede ser peor que tener consciencia de sí y a la vez ser nada? Ser nada sería la felicidad absoluta, la divina beatitud, alejada de cualquier sombra de manifestación, en pocas palabras, un estado fuera de cualquier avidez. Pero en el momento en que uno se sabe, en que de alguna forma intuyes que estás ahí, aunque no te percibas, aunque no exista nada que te lo haga saber —recordemos a Prajāpati—, se jodió todo, el deseo aparece, y entonces necesitas algo más que no seas tú, que sacie tu deseo y conjure tu soledad. Me imagino que ya adivinó de qué estoy hablando. No de otra cosa, sino de la esencia femenina.
L. ¿A qué se refiere? ¿A la irrefrenable necesidad de la mujer de pertenecer y estar vinculada a algo, ya sea una pareja, un marido, una causa? Eso también es característico de los hombres.
D. Más o menos… Creo que entendió la idea general, pero se le escapa lo básico. Para decirlo de alguna forma, el origen es femenino, por eso dios es mujer. Todo el poder del cosmos radica en esa capacidad de estar en sí mismo sin desear nada, ni siquiera la propia nada. La gran tentación es salir de ese estado. La tentación se llama “carencia” y el “deseo” es la promesa de saciar esa carencia. Y como toda promesa, es irrealizable. La trampa de la creación es exclusivamente de orden femenino. Es decir, en el propio cuerpo de la mujer se encuentra el enigma: sólo él es capaz concebir, dar a luz. Sólo la mujer posee la decisión de crear o no crear. El hombre no. Nosotros únicamente ponemos la semilla, pero no decidimos nada. Recuerde que esta imagen es una simple analogía que utilizo para explicarme. Lo que quiero decir es que el principio femenino genera al masculino, y no por nada, sino por el único motivo de no poder quedarse quieto, inmune al deseo. Por eso el origen del mal, repito, es la creación. “El pecado original del hombre es haber nacido.” En otras palabras, como afirma Pascal, “toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa, que es el no saber quedarse tranquilos en un cuarto”. Toda la desgracia, en sí, proviene de ese algo femenino que no supo y no sabe quedarse quieto. Dios, ella, busca subsanar esa carencia, y ahí es donde entro yo, el diablo. Su esclavo, su factotum, y, antes que nada, su administrador del tedio existencial.
*LUIS ALBERTO AYALA BLANCO (México) Editor y escritor. Su libro de aforismos 99, saldrá próximamente en Taller Ditoria.

1 comentario:

  1. Por lo menos, no somos los únicos locos.. Dios solo puede ser mujer! y la inmensidad de su nada la q nos enloquece.. adorable texto!

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